1.-EL
PROBLEMA DE LA AMISTAD EN LA ANTIGÜEDAD, ANTES DE CICERON[3]
La amistad es
un valor que reviste distintos grados de importancia en el pensamiento antiguo y en la literatura anterior a Cicerón, pero siempre se plantea
desde una perspectiva que hoy se ha perdido. En la literatura, por ejemplo, la epopeya y la tragedia celebran las amistades
heroicas de la leyenda, representativas de las sociedades aristocráticas
cuyos lazos políticos toman la forma de amistad, admitiendo muchos de los grados posibles en las relaciones que los individuos crean entre sí; casos
bien conocidos son los de Aquiles y Patroclo,
Orestes y Pílades
o el de Teseo y Heracles También
retoman el tema de la amistad géneros literarios como la comedia
nueva que, al parecer, sufre una mayor influencia de
las escuelas filosóficas
que la tragedia; y
la retórica que se interesa
por ésta, utilizando
a menudo los resultados obtenidos por la reflexión filosófica, pues también conoce el problema práctico de la distinción que se ha de hacer entre el adulador
y el amigo verdadero;
únicamente la elocuencia judicial parece
no interesarse en ella.
Sin
embargo, parece ser que es en el pensamiento antiguo ligado a la Filosofía donde la amistad
se analiza con mayor vigor, pues en los primeros
filósofos como Heráclito
y Empédocles ésta llega a tener una dimensión universal. Estos pensadores conciben su física a imagen de aquella relación
humana y de su opuesta, al introducir la noción de movimiento a la teoría de los elementos, haciendo de la amistad
y de la enemistad las fuerzas
que animan la naturaleza. Jenofonte, por su parte, también
trata de resolver con sus interlocuciones
las dificultades derivadas de su práctica.
Para Platón y la socrática reviste un problema de gran
importancia puesto que, junto al movimiento ético que de ellos arranca, brota como una contribución directa a la solución
del problema del Estado. Según Jaeger la amistad
para Platón parece encuadrarse dentro
de su filosofía política, donde la teoría de la amistad
constituye el nervio de su consideración del estado que tiene primordialmente un poder educativo. El significado de aquella es, en definitiva, para este filósofo, “la
forma fundamental de toda comunidad humana que no sea
puramente natural, sino comunidad
espiritual y ética”,
lo cual nos evidencia que para él es un problema que sobrepasa con mucho el campo de lo que en nuestra sociedad actual denominamos amistad.
Connotaciones de orden político
las encontraremos, según Jaeger, en obras como La República
y La Carta Séptima, donde Platón justifica su alejamiento de toda actividad política por la falta absoluta
de amigos y camaradas seguros que puedan ayudarle en la renovación de
la polis. No obstante, como nos señala Robert Combés
en la introducción al De Amicitia, también
se debe tener en cuenta que parte del análisis
que aquel filósofo hace de la amistad en algunas
de sus
obras lleva, por una parte, al umbral de la teoría de las ideas y, por otra, hace de ella la única vía capaz
de conducir a la belleza y a la inmortalidad. De este modo Platón da a su concepción de la amistad un matiz metafísico que al parecer
se pierde en otros autores, entre los que se cuenta Aristóteles. Este filósofo es otro de los pensadores
que dedicó importantes estudios
acerca de la amistad. Según Jaeger la teoría que este filósofo hiciera en tal sentido
desciende en línea directa de la platónica y contendría “una sistemática completa de todas las formas concebibles de
comunidad humana, desde las formas fundamentales y más simples de
la vida familiar hasta los diversos tipos de Estado”.
Robert Combés,
por su parte, nos señala
que el peripatético[4] habría reemplazado
por un estudio moral y
sociológico, la connotación metafísica y el análisis
psicológico desarrollado
por su maestro. Estos estudios estarían contenidos básicamente
en las obras: Ética a Nicómaco y Ética a Eudemo, las cuales,
según nos participa,
describen las diversas formas que la amistad asume a través de los múltiples lazos que unen a los individuos. Estos lazos serían de índole diversa y de un espectro
que iría desde una relación
padres e hijos, por lo tanto de
parentesco, hasta una asociación contraída por interés. Sin embargo, para Aristóteles solamente
la gente de bien podría
crear entre sí una amistad
perfecta capaz de permitir la manifestación de las virtudes propias, y el conocimiento de uno mismo a través del amigo que se le asemeja.
De este modo este filósofo habría unido la precisión
objetiva con la fineza de una verdadera casuística, denotando con cierta discreción el compromiso afectivo que lo ligaba a sus discípulos. Por otra parte,
tanto el académico[5] Jenócrates[6] como el peripatético
Teofrasto[7], ambos sucesores de los
grandes socráticos,
retoman el problema de la
amistad; pero sus obras no han llegado hasta nosotros. De las escuelas
helenísticas[8] podemos decir que todas trataron seguramente
por su vinculación al problema ético, centro de especulación de dichas corrientes, los puntos de vista de éstas, cuyas obras están reducidas a uno que otro fragmento difícilmente accesible para nosotros, los podemos
hallar confrontados en el De Finibus
de Cicerón.

Según Fraisse, en el Laelius se puede distinguir, a grandes rasgos, una preocupación por definir la amistad
apreciando su valor o sus fines, y un gran interés por solucionar problemas
particulares derivados de la conciliación entre exigencias
propias de la amistad y las propias
de la moralidad.
Estos problemas, nos dice, fueron
abordados por Aristóteles y resueltos rápidamente por
la
integración de la Philia a la vida acabada
reteniendo mucho la atención de Teofrasto. ¿Pero no se acercarán también estas preocupaciones a
las de Panecio acerca de los deberes simples, o acciones convenientes
de los que progresan por el camino de
la virtud, de entre las que destacan las relativas a la sociedad, acentuando
la del amor?
3. LA
ESENCIA DEL CONCEPTO DE AMISTAD EN EL LAELIUS DE AMICITIA DE CICERÓN
El estudio de la esencia
de la amistad lo hace Cicerón en el Laelius entre los párrafos 17 y 24, correspondientes a la primera parte de la
obra, en la que el autor nos dirige
una exhortación a través del
personaje principal del diálogo, del siguiente
tenor:
“Yo puedo exhortaros sólo, para que antepongáis la amistad a todas las
cosas humanas, pues nada hay tan apropiado
a la
naturaleza ni tan conveniente
a las cosas, sea
favorables sea adversas”[10]
Esta
aparentemente inofensiva exhortación conlleva en sí misma toda una serie de implicancias derivadas de la amistad,
según la entiende el autor, y que es delineada en primer término bajo el supuesto
de que sólo puede haber
amistad entre gente
de bien:
“…, pienso (…) que
la amistad no puede existir sino entre los buenos”[11].
Esta
sola consideración delimita
el campo del tema, planteando la interrogante acerca de quién, dadas sus características, deberá ser tenido por hombre de bien. La respuesta a lo anterior
se nos da bajo la forma de una definición preliminar descrita
dentro del cuadro
de la vida cotidiana,
puesto que por bueno se
ha de entender al hombre sabio, y por tal se ha de tener a aquel hombre que participa de
una sabiduría que está próxima al uso y a la vida común, no
de aquella forma más elevada de saber a la que ningún mortal puede acceder. De hecho en esta definición se incluyen, a modo de
ejemplo, los nombres de famosos
hombres públicos que la tradición
ha tenido por sabios (Cayo Fabricio, Manio Curio, Tiberio Curancanio)[12], y cuyos mayores atributos son la fidelidad, la integridad,
la igualdad de ánimo, la liberalidad o desprendimiento y la constancia (fides, integritas,
aequalitas,
liberalitas
et constantia). Cabe
señalar que esta idea sobre la amistad, así como
la posibilidad exclusiva de los hombres
virtuosos de
acceder a una verdadera semejanza, es común a toda la reflexión griega. Dado los elementos
de este enunciado, se deja
entrever claramente
que este va a ser tratado según la categoría de lo honesto, es decir, en un rasgo de típico corte moral, que propone a la naturaleza como guía del bien vivir.
“Juzguemos que estos
buenos varones, como fueron
considerados
así también han de ser llamados
porque siguen, en cuanto hombres pueden, la naturaleza, la mejor guía del bien vivir”[13].
Antes de desarrollar la idea de “naturaleza guía del bien vivir” se hace indispensable aclarar
que para Cicerón existen dos tipos de sociedades (societas), a saber: las naturales y las sociales. Dentro
de las primeras caben todas aquellas
relaciones que nacen del vínculo de parentesco.
Las segundas estarían configuradas por aquellos
lazos que nacen de la interacción
de los individuos en una comunidad determinada. En lo que al texto respecta, dentro
de esta clasificación se destaca la relación de amistad, basada en el afecto o bienquerencia (De Amic., V, 19). Retomando el desarrollo de la idea “naturaleza guía del bien
vivir” se debe entender como tal el hecho de que
el hombre nacería con una disposición determinada
para
establecer ciertos lazos con sus congéneres, de entre los cuales la amistad tendría
un rango superior
incluso al vínculo de parentesco,
por tener como elemento sustrato a dicha relación al afecto
o amor de bienquerencia (benevolentia). Dicho de otro modo, el parentesco, en cuanto
tal, es un vínculo que se basta a sí mismo, no así la amistad,
toda vez que ella
requiere para su nacimiento y permanencia
del citado elemento afectivo. Es importante
tener presente
que a esta característica peculiar
debemos agregar
el
requisito que en cuanto sociedad ha de ser conformada por hombres de bien, es decir por hombres
sabios. El razonamiento
anterior, que termina demostrando que la fuerza de la amistad, como lazo afectuoso, puede
colegirse del hecho de
que siendo tan extenso el género humano une solamente a dos o a pocos, nos conduce a la siguiente definición:
“Pero la amistad no es otra cosa que un común
acuerdo de todas las cosas
divinas y humanas con benevolencia y afecto; ciertamente no
conozco nada mejor, excepto la sabiduría,
que haya sido dada al hombre por los
dioses inmortales”[14] .
Robert Combés nos dice que esta definición nos sugiere a la amistad como
la forma suprema del lazo social que la naturaleza instituye
entre los hombres, así como el bien supremo. Fraisse, por su parte, cree ver en ella un esfuerzo por conciliar una visión
cósmica de la amistad,
conforme a la inspiración estoica, pero también heredada de Pitágoras o de Empédocles y una experiencia
psicológica sobre la que Aristóteles habría insistido
más que ninguna otra. Mirada desde esta perspectiva nos cabe decir que la definición a la que aludimos precedentemente es una especie de amalgama, tanto en su enunciación como en su desarrollo, ya que si bien es cierto que ésta hace
referencia a un orden universal y a un acuerdo racional, que viene a humanizar la benevolencia
afectuosa, en el desarrollo que se hace de la misma en el capítulo VI del 20 al 24 de De Amicitia,
se nos describe como un bien superior a otros
de índole circunstancial e incierta como las riquezas, la buena salud, el poder o los placeres; pero que aparentemente deviene en un valor menor que el de la virtud, que la genera, y sin la cual no podría existir de ninguna manera (De Amicitia, VI, 20).
De este modo podemos
concluir que la amistad, como impulso
conforme a la naturaleza, nace de una actividad propia del hombre que lleva a los honestos a contraer un tipo de sociedad escogida que abarca todas las preocupaciones:
intelectuales, morales o cívicas, y de la cual se
espera una felicidad necesariamente común y un
agradable intercambio de atenciones, características propias
de la humanidad que se hace más perfecta cuando se comparte.
4.
ORIGEN DE LA MISTAD EN EL LAELIUS DE AMICITIA DE CICERÓN
La exposición
que se hace sobre el origen de la amistad –entre el capítulo VIII, 26 y el
IX, 33 de Laelius- va a consignar un problema tradicional de la filosofía
griega: ¿la amistad se hizo
necesaria por la debilidad del hombre tomado aisladamente, o bien se inscribe
en nuestra naturaleza y corresponde a un acabamiento de esta última?. El desarrollo de esta exposición
se va a dar desde la perspectiva de lo que Fraisse denomina la oikeiosis, es decir de ese sentimiento
de apropiación o de conciliación que une a los
hombres en reciprocidad de afecto, a través del
siguiente argumento:

Con lo anterior
se insiste nuevamente en la ventaja que tiene la amistad escogida
en relación al efecto familiar, por cuanto aquella
se funda en el parentesco de carácter que atrae mutuamente a los hombres
de bien (De Amic., VIII, 27), y que, en cuanto sociedad ligada por la atracción de la probidad y virtud mutua,
va a hacer que la naturaleza individual revele a la naturaleza en general. De modo
que si alguna utilidad se desprende de ella
lo es sólo como consecuencia de un trato que no considera tenerla como un fin en sí misma.
“En efecto, nada hay más amable que la
virtud, nada que atraiga más
a amar, como que a causa de la virtud y
de la probidad en cierto modo amamos también a aquellos que nunca hemos visto”[16].
Lo anterior viene a reforzar el argumento de la ventaja que constituye la amistad como lazo
afectivo frente a otras sociedades, puesto
que la virtud, que es uno de los elementos
constitutivos, es capaz de atraer el amor incluso de aquellos que no conocemos.
Contra la idea
epicúrea de que el intercambio
de servicios o que la
necesidad es el punto de partida de la amistad
(De Amic., VIII, 26), se
nos hace ver que el don particular
de los sabios para mantener una relación de amistad radica en que aquellos
encarnan la fuerza del alma
y de
la autonomía, dejando en evidencia
la paradoja que significa el que un sentimiento nacido de la debilidad encuentre su plenitud precisamente allí donde nada es debilidad. Aún más, es la propia autarquía la que nos induce a encontrar más placer
en entregar que en recibir algún
beneficio, y la que, sin buscar tal o cual forma de placer, los hace gozar ante todo de una especie
de emulación en la magnanimidad y la liberalidad. Por lo que debemos entender
que, si la naturaleza es la engendradora
del sentimiento de dilección y amor, una vez mostrada la probidad y la virtud,
no puede ser otra que la naturaleza el origen de
la amistad.
La segunda parte
del texto ciceroniano nos confirma el rol que juega la idea de benevolencia, enunciada
en la primera e integrada a la esencia de la amistad como correctivo de la simple identidad
de puntos de vista implicados por la concordia. Ahora se nos la
presenta como una disposición espontánea que se
despierta por la presencia de un hombre
virtuoso, y de la cual se
espera se transforme en goce
y luego en beneficencia sin
perder su fuerza inicial. Cicerón concluye esta segunda parte a través de un silogismo que en su estructura interna apunta
a reforzar su tesis de que el
origen de la amistad hay que encontrarlo en la naturaleza, y a refutar la posición utilitarista.
“Porque
si la utilidad conglutinase las amistades, mudada
ella misma las disolvería. Más porque la naturaleza no puede ser cambiada, por esto las verdaderas amistades son eternas”[17].
5.-CONCLUSIÓN
Es evidente, que Cicerón trata una problemática común a todo el pensamiento antiguo
grecorromano, con muchos puntos de encuentro en el tratamiento de la misma, que recoge y hace suyos. Sin embargo, su obra es también un
llamado moral a la Roma de su tiempo, como espectador de un mundo en crisis, de una sociedad que se derrumba y de una estructura
política que muere irremediablemente. De ahí el llamado que hace a
sus
conciudadanos, de anteponer la amistad
a toda cosa humana, ya
que aquella es un impulso noble conforme
a la naturaleza de
los hombres buenos, cuya esencia es la benevolencia y la virtud, condición propia de hombres sabios, siempre
ligados a una actuación pública y, por ende, de servicio a la comunidad.
Finalmente, la definición que nos da de la amistad que no es otra cosa que
“un común acuerdo de todas las
cosas divinas y humanas con benevolencia
y afecto”, no puede ser otra cosa que
un esfuerzo de proponer
que la relación vertical que tienen
los hombres con lo
divino, devenga consecuentemente en una relación de fidelidad, de integridad, de igualdad de ánimo, desprendimiento y constancia
entre los hombres, en el compartir del quehacer existencial cotidiano;
especialmente entre aquellos que se sitúan en la esfera de lo público obligados,
por esa razón, a trabajar y velar por el bien común.
BIBLIOGRAFÍA
-Torres Canales, Adrián; El concepto de Amistad en Cicerón, ¿un ideal que hemos perdido?, Edición:
Jaime Ferrer Mir, Primera Edición: julio de 2014, Santiago de Chile
[1] Realizado para la Revista
Occidente
[2] Basado en el libro de Adrián
Torres Canales: El concepto de Amistad en Cicerón, ¿un
ideal que hemos perdido?, Edición: Jaime
Ferrer Mir, Primera Edición: julio de 2014, Santiago de Chile.
[3] Marco Tulio Cicerón: Nació en Arpino el año 106 A.C., Es considerado el
más elocuente de los oradores romanos que
tuvo participación activa en la política contingente de
su tiempo. (Vid. Karl Büchner, cit., p. 146 y ss.; cf. Nuevo Pequeño Larousse Ilustrado, diccionario Enciclopédico,
Ed.
Larousse, B.A., 1962).
[4] La escuela peripatética no es otra que la escuela fundada por Aristóteles, en el Liceo, Atenas el año 335 a
J.C.; llamada así porque le gustaba
enseñar paseando (M.F. Sciacca, op. Cit., cap. IV., p. 106). (Vid. José M.
Pabon, dic. Manual Griego-Español, talleres gráficos
de BIBLIOGRAF, S.A., Barcelona, 1967, séptima edición, s.v.).
[5] la Academia: Escuela filosófica que “recibe este nombre por haber sido fundada por Platón en los jardines consagrados al héroe Academos. (ibid, p. 447).
[6] Filósofo griego, nacido en Calcedonia, discípulo de
Platón, cuya doc- trina se esforzó por conciliar con el pitagorismo. 406-314 a.de J.C.
(Vid. M.F.
Sciacca, op. cit., pag. 103).
[7] Filósofo griego,
que sucedió a Aristóteles en la dirección del Liceo.
372-387 a. de J.C. (ibid pág. 126).
[8] Como helenística se denomina toda una época que va probablemente desde fines del siglo IV A.C. hasta el VI D.C.; las corrientes filosóficas más importantes de este período
son el epicureísmo y el
estoicismo.
(Vid Michelle F.
Sciacca, Historia
de la filosofía, Editorial Luis Mira-
cle S.A., Barcelona, 1962, cuarta edición, Cap. V., p. 128
y ss.).
[9] Laelius De Amicitia, se halla entre las denominadas obras filosóficas
de Cicerón. (Vid. Karl
Büchner, Historia
de la Literatura Latina. Editorial Labor S.A., Barcelona,
1968, p. 148 y ss.; Ettore Bignone. Historia de la Literatura Latina, Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 1952, p. 169 y ss.).
[10] “Ego vos hortari tantum
possum, ut amicitiam omnibus rebus humanis anteponatis; nihil est enim tam naturae aptum, tam conveniens ad res vel secundas
vel
adversas, (De amicitia
V, 17)”.
[12] Caius
Fabricius Luscinus, cónsul
en 282 et 278 av. J.C.; Manius Carius
Déntatus, cónsul en 280, 275 et 274, et
Tibérius
Curancanius, cónsul en 280, étaient
des amis
(Vid. Robert Combés, op. cit., p. 13, nota 1).
[13] “hos viros bonos, habiti sunt, sic
etiam apellandos putemus, quia sequantur, quantum homines possunt, naturam optiam bene vivendi decem”.
(De Amic., V, 19)
[14]“Est enim amicitia nihil aliud nisi omnium divinarum humanarumque
rerum cum benevolentia et caritate consensio, qua quidem haud scio an, excepta sapientia, nihil melius homini sit a dis inmortabilus
datum. (De Amic., VI, 20)”.
[15] “Amor enim, ex quo amicitia nominata est,
princeps est ad benevolentiam coniungendam. (De Amic., VIII, 26)”
[16] “Nihil
est virtute amabilius, nihil quod magis adliciat ad diligendum, quippe cum
propter virtutem et probitatem etiam eos, quos numquam vidimus, quodam modo
diligamus. (De Amicitia, VIII, 28).
[17] “Nam si utilitas amicitias conglutinaret, eadem
commutata dissolveret. Sed quia natura mutari non protest, idcirco verae
Amicitiae sempiternae sunt (De Amic., IX, 32)”.